V.
Partidos, elecciones y comunicación política.
“Nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de una utopía contraria, una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otro hasta la forma de morir, donde de verdad sea posible el amor y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan, por fin y para siempre, una nueva oportunidad”.
Constituye un error -muy extendido- ver la política parcialmente, sin conexiones. En la confusión de los tiempos políticos actuales resulta difícil establecer linealmente los parámetros que llevan a la formación de una clase dirigente representativa, con capacidad para resolver conflictos en sociedades cada vez más complejas, enérgica en la defensa de los intereses nacionales y digna de confianza. Se necesita claridad para impulsar los cambios ya que estos no deben fundamentarse en el rechazo a la política sino en imprimirle el sentido ético que la define como actividad humana. Para profundizar una política democrática, más inclusiva, que penetre los espacios públicos y promueva el bienestar general, hace falta producir cambios desde la educación ciudadana.
“Nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de una utopía contraria, una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otro hasta la forma de morir, donde de verdad sea posible el amor y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan, por fin y para siempre, una nueva oportunidad”.
Cien
años de soledad
Gabriel
García Márquez
Constituye un error -muy extendido- ver la política parcialmente, sin conexiones. En la confusión de los tiempos políticos actuales resulta difícil establecer linealmente los parámetros que llevan a la formación de una clase dirigente representativa, con capacidad para resolver conflictos en sociedades cada vez más complejas, enérgica en la defensa de los intereses nacionales y digna de confianza. Se necesita claridad para impulsar los cambios ya que estos no deben fundamentarse en el rechazo a la política sino en imprimirle el sentido ético que la define como actividad humana. Para profundizar una política democrática, más inclusiva, que penetre los espacios públicos y promueva el bienestar general, hace falta producir cambios desde la educación ciudadana.
En
ese sentido los procesos electorales constituyen un momento muy
fértil para impulsar el debate y profundizar la cultura democrática
participativa, aunque esto no siempre se vea reflejado en los
resultados de las elecciones.
En
una democracia consolidada y madura el proceso electoral supone la
presentación de plataformas de gobierno elaboradas con la
participación ciudadana en el seno de los partidos y luego, el
análisis minucioso de las propuestas por el conjunto de la sociedad.
Asimismo,
los ciudadanos antes de elegir representantes deben evaluar las
gestiones de gobierno; el desempeño de los principales partidos de
oposición en su rol de control y también los procesos alternativos
gestados por los partidos más chicos ó que actúan en las
periferias del poder.
Sin
embargo eso no ocurre y proliferan los llamados de atención sobre la
deformación del sistema democrático, tal es el propósito del
párrafo que sigue:
“Una de las
grandes paradojas actuales es que, aunque la democracia electoral
progresó en términos globales, el ejercicio real de la soberanía
popular nunca fue tan ultrajado. Para algunos de sus promotores, la
democracia electoral sólo tiene sentido si preserva los intereses
socioeconómicos de los grupos dominantes en el marco de alternancias
políticas vaciadas de toda idea de transformación social y
económica. Esta es la razón por la que frecuentemente se amenaza o
se sofoca toda lucha que aspire a un orden político, económico y
social diferente, opuesto a una democracia mutilada” (ACHCAR y
otros, 2003: 71).
Las
expectativas populares ante la democracia naciente en la década del
´80 incluían la ilusión de participar de manera efectiva en la
vida política y las campañas electorales constituían momentos
apropiados para ocupar en plenitud los espacios públicos (salida de
fábricas, plazas, actos callejeros espontáneos, contacto personal
entre el pueblo y sus dirigentes en visitas casa por casa, en clubes
deportivos, organizaciones vecinales, cámaras empresarias, etc.)
discutiendo ideas, presentando propuestas, y expandiendo de manera
admirable la “mística” militante.
Pero
a medida que avanzó la década de los ´90 las campañas fueron
adquiriendo mayor complejidad y especialización, así la
videopolítica se convirtió en el marco excluyente de toda
presentación de candidatos, generando fuertes transformaciones
políticas tanto en cuanto “(…) crea la ilusión de la inmediatez
[y] transforma la democracia representativa en democracia de opinión”
(SARLO, 1995).
Ello
ocurrió en un marco de creciente deterioro de las capas medias y
bajas que se alejan de la corriente principal de la sociedad hasta
ser excluidos de la misma y sin posibilidades de reinserción.
Con
el impulso de la globalización, promotora de la libre competencia,
como marco de referencia ¿qué implicancias tiene para los
ciudadanos el desarrollo de una democracia de opinión?
La
cuestión se explica a través de la relación entre medios de
comunicación, política y ciudadanos. En relación a los medios de
comunicación, Guinsburg (2001: 28) explica:
“Las bondades de
la libre competencia se muestran distorsionadas. La experiencia de
(más de una década) de globalización demuestra que dicha
competencia, feroz en un principio, culmina en acuerdos, alianzas y
fusiones que propenden al monopolio y al oligopolio, al apoderamiento
de todo un circuito que se inicia en la propiedad de la tecnología,
continúa con la producción, sigue con la acumulación de medios y
factores de comercialización y registra una directa incidencia en
las tendencias comunicacionales a la manipulación de la opinión y
banalización y degradación de pautas culturales. No es de extrañar,
entonces, que los ‘globalizados’ confundan su propia identidad,
empobrezcan su idioma cotidiano, diluyan sus legítimos focos de
interés y resignen su escala de valores”.
Al
tiempo que los medios de comunicación acrecientan su poder en la
construcción de significados, los comunicadores asumen un rol
preponderante de mediación y representación de intereses diversos y
también contradictorios.
En
tal sentido, es común observar que mientras las pautas publicitarias
anuncian los beneficios que dejan al país, por ejemplo, empresas de
servicios telefónicos, se debate “con presunta responsabilidad”
en un mismo programa -dedicado a temas políticos y de interés
general- sobre la defensa de los derechos de los consumidores y las
virtuales violaciones de las relaciones contractuales por parte de
las empresas que quebrantan la buena fe de sus usuarios causándoles
constantes perjuicios. Luego vendrá el espacio dedicado a dirigentes
políticos que debaten con vehemencia sobre los atributos de la
democracia poniendo énfasis en la defensa de los derechos políticos
y sociales y la proyección del desarrollo nacional. Todo puede
ocurrir en el transcurso de 15 o 20 minutos en que los
telespectadores, confundidos, esperan como respuesta la solución a
los problemas sociales más sentidos: mejorar la calidad en las
prestaciones públicas de salud y educación, achicar genuinamente
los altos índices de desempleo y terminar con la inseguridad.
Situaciones
similares se viven a diario porque han operado fuertes
transformaciones en los escenarios políticos que pasan de las calles
y plazas a los estudios de televisión. Beatriz Sarlo (1995: 74)
explica el fenómeno de la siguiente manera:
“La videopolítica
define un nuevo tipo de acontecimiento público especialmente creado
para integrarse en su continuum. La televisión no se limita a
registrar aquello que la política le muestra siguiendo sus propias
regulaciones. Por el contrario, de manera cada vez más evidente, la
política monta el acontecimiento para que éste se registre en la
televisión, hasta el punto en que muchos acontecimientos políticos
son producidos sólo para ocupar un lugar en la videoesfera”.
Cabe
afirmar entonces que la participación ciudadana se ve impedida por
un lado, debido a las malas prácticas partidarias: el internismo, la
confusión ideológica, la pérdida de sus funciones integradoras y
orientadoras, y por otro, debido a las exigencias que impone la
televisión respecto a la imagen de los candidatos y a la promoción
de discursos neutrales ó híbridos en contenidos alternativos, de
tal modo que el diseño de la competencia electoral divorcia al
pueblo de los representantes. Ambas tendencias concurren a una
marcada personalización de la política que –entre otras
consecuencias- debilita las organizaciones partidarias.
El
internismo se manifiesta en las constantes peleas por territorios,
cargos o posicionamientos que conducen a la deslegitimación de las
organizaciones políticas partidarias toda vez que la faz
arquitectónica –creadora, de construcción, de diseño
institucional y estrategias de futuro- sucumbe ante el predominio de
la faz agonal –de permanente lucha por el poder.
Por
otra parte, el marketing político sugiere que en el diseño de
estrategias de posicionamiento y captación de electores se recurra a
un conjunto de herramientas manejadas por especialistas: encuestas y
sondeos de opinión, campañas publicitarias, cambios de imagen,
elaboración de discursos, organización de eventos; con el propósito
de brindar mayor previsibilidad a la política.
Tal
previsibilidad es ajena a la política, más aún si ésta es
democrática, lo que implicaría participación popular, debate,
disensos y consensos permanentes. En efecto, Martín Plot (2003: 19)
lo explica utilizando la noción de kitsch político cuando dice:
“La política
democrática, al igual que el arte, siempre tuvo que aceptar, de modo
más o menos explícito, la permanente presencia de una incertidumbre
que es irreductible. Lo que ocurre con la política contemporánea es
que la visibilidad constante que acecha a las acciones públicas –que
surge de la omnipresencia actual de la televisión y otros medios de
comunicación- junto con la generalización, tanto en la Argentina y
los Estados Unidos como en muchas otras naciones del mundo, de la
aceptación de las reglas de juego democráticas como el único modo
legítimo de resolver conflictos, ha cambiado radicalmente las
condiciones de la política. Esto ha hecho que los actores políticos
se hayan abocado desesperadamente a tratar de encontrar nuevos modos
de evitar ‘sorpresas’, autolimitando sus acciones (…)”.
Es
evidente que con el predominio de la televisión como medio de acceso
a la mayor cantidad de potenciales electores, aumenta
considerablemente el costo de las campañas que sirven más para
confundir sobre los proyectos prioritarios antes que a transparentar
sobre quienes los encarnan.
Fuente: DUARTE, Miguel Angel (2008): "Claves para el fortalecimiento de los
partidos políticos".
En FERNANDEZ SUAREZ, Edgar G. -comp- (2008): Reforma Politica, comunicacion y participacion ciudadana. Reflexiones para el debate.
Córdoba, Ediciones Esmeralda. ISBN: 978-987-24230-0-1.
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