2.3.13

Partidos, elecciones y comunicación política.

V. Partidos, elecciones y comunicación política.
 
Nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de una utopía contraria, una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otro hasta la forma de morir, donde de verdad sea posible el amor y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan, por fin y para siempre, una nueva oportunidad”.
Cien años de soledad
Gabriel García Márquez

Constituye un error -muy extendido- ver la política parcialmente, sin conexiones. En la confusión de los tiempos políticos actuales resulta difícil establecer linealmente los parámetros que llevan a la formación de una clase dirigente representativa, con capacidad para resolver conflictos en sociedades cada vez más complejas, enérgica en la defensa de los intereses nacionales y digna de confianza. Se necesita claridad para impulsar los cambios ya que estos no deben fundamentarse en el rechazo a la política sino en imprimirle el sentido ético que la define como actividad humana. Para profundizar una política democrática, más inclusiva, que penetre los espacios públicos y promueva el bienestar general, hace falta producir cambios desde la educación ciudadana.

En ese sentido los procesos electorales constituyen un momento muy fértil para impulsar el debate y profundizar la cultura democrática participativa, aunque esto no siempre se vea reflejado en los resultados de las elecciones.

En una democracia consolidada y madura el proceso electoral supone la presentación de plataformas de gobierno elaboradas con la participación ciudadana en el seno de los partidos y luego, el análisis minucioso de las propuestas por el conjunto de la sociedad.

Asimismo, los ciudadanos antes de elegir representantes deben evaluar las gestiones de gobierno; el desempeño de los principales partidos de oposición en su rol de control y también los procesos alternativos gestados por los partidos más chicos ó que actúan en las periferias del poder.

Sin embargo eso no ocurre y proliferan los llamados de atención sobre la deformación del sistema democrático, tal es el propósito del párrafo que sigue:

“Una de las grandes paradojas actuales es que, aunque la democracia electoral progresó en términos globales, el ejercicio real de la soberanía popular nunca fue tan ultrajado. Para algunos de sus promotores, la democracia electoral sólo tiene sentido si preserva los intereses socioeconómicos de los grupos dominantes en el marco de alternancias políticas vaciadas de toda idea de transformación social y económica. Esta es la razón por la que frecuentemente se amenaza o se sofoca toda lucha que aspire a un orden político, económico y social diferente, opuesto a una democracia mutilada” (ACHCAR y otros, 2003: 71).

Las expectativas populares ante la democracia naciente en la década del ´80 incluían la ilusión de participar de manera efectiva en la vida política y las campañas electorales constituían momentos apropiados para ocupar en plenitud los espacios públicos (salida de fábricas, plazas, actos callejeros espontáneos, contacto personal entre el pueblo y sus dirigentes en visitas casa por casa, en clubes deportivos, organizaciones vecinales, cámaras empresarias, etc.) discutiendo ideas, presentando propuestas, y expandiendo de manera admirable la “mística” militante.

Pero a medida que avanzó la década de los ´90 las campañas fueron adquiriendo mayor complejidad y especialización, así la videopolítica se convirtió en el marco excluyente de toda presentación de candidatos, generando fuertes transformaciones políticas tanto en cuanto “(…) crea la ilusión de la inmediatez [y] transforma la democracia representativa en democracia de opinión” (SARLO, 1995).

Ello ocurrió en un marco de creciente deterioro de las capas medias y bajas que se alejan de la corriente principal de la sociedad hasta ser excluidos de la misma y sin posibilidades de reinserción.

Con el impulso de la globalización, promotora de la libre competencia, como marco de referencia ¿qué implicancias tiene para los ciudadanos el desarrollo de una democracia de opinión?

La cuestión se explica a través de la relación entre medios de comunicación, política y ciudadanos. En relación a los medios de comunicación, Guinsburg (2001: 28) explica:

“Las bondades de la libre competencia se muestran distorsionadas. La experiencia de (más de una década) de globalización demuestra que dicha competencia, feroz en un principio, culmina en acuerdos, alianzas y fusiones que propenden al monopolio y al oligopolio, al apoderamiento de todo un circuito que se inicia en la propiedad de la tecnología, continúa con la producción, sigue con la acumulación de medios y factores de comercialización y registra una directa incidencia en las tendencias comunicacionales a la manipulación de la opinión y banalización y degradación de pautas culturales. No es de extrañar, entonces, que los ‘globalizados’ confundan su propia identidad, empobrezcan su idioma cotidiano, diluyan sus legítimos focos de interés y resignen su escala de valores”.

Al tiempo que los medios de comunicación acrecientan su poder en la construcción de significados, los comunicadores asumen un rol preponderante de mediación y representación de intereses diversos y también contradictorios.

En tal sentido, es común observar que mientras las pautas publicitarias anuncian los beneficios que dejan al país, por ejemplo, empresas de servicios telefónicos, se debate “con presunta responsabilidad” en un mismo programa -dedicado a temas políticos y de interés general- sobre la defensa de los derechos de los consumidores y las virtuales violaciones de las relaciones contractuales por parte de las empresas que quebrantan la buena fe de sus usuarios causándoles constantes perjuicios. Luego vendrá el espacio dedicado a dirigentes políticos que debaten con vehemencia sobre los atributos de la democracia poniendo énfasis en la defensa de los derechos políticos y sociales y la proyección del desarrollo nacional. Todo puede ocurrir en el transcurso de 15 o 20 minutos en que los telespectadores, confundidos, esperan como respuesta la solución a los problemas sociales más sentidos: mejorar la calidad en las prestaciones públicas de salud y educación, achicar genuinamente los altos índices de desempleo y terminar con la inseguridad.

Situaciones similares se viven a diario porque han operado fuertes transformaciones en los escenarios políticos que pasan de las calles y plazas a los estudios de televisión. Beatriz Sarlo (1995: 74) explica el fenómeno de la siguiente manera:

“La videopolítica define un nuevo tipo de acontecimiento público especialmente creado para integrarse en su continuum. La televisión no se limita a registrar aquello que la política le muestra siguiendo sus propias regulaciones. Por el contrario, de manera cada vez más evidente, la política monta el acontecimiento para que éste se registre en la televisión, hasta el punto en que muchos acontecimientos políticos son producidos sólo para ocupar un lugar en la videoesfera”.

Cabe afirmar entonces que la participación ciudadana se ve impedida por un lado, debido a las malas prácticas partidarias: el internismo, la confusión ideológica, la pérdida de sus funciones integradoras y orientadoras, y por otro, debido a las exigencias que impone la televisión respecto a la imagen de los candidatos y a la promoción de discursos neutrales ó híbridos en contenidos alternativos, de tal modo que el diseño de la competencia electoral divorcia al pueblo de los representantes. Ambas tendencias concurren a una marcada personalización de la política que –entre otras consecuencias- debilita las organizaciones partidarias.

El internismo se manifiesta en las constantes peleas por territorios, cargos o posicionamientos que conducen a la deslegitimación de las organizaciones políticas partidarias toda vez que la faz arquitectónica –creadora, de construcción, de diseño institucional y estrategias de futuro- sucumbe ante el predominio de la faz agonal –de permanente lucha por el poder.

Por otra parte, el marketing político sugiere que en el diseño de estrategias de posicionamiento y captación de electores se recurra a un conjunto de herramientas manejadas por especialistas: encuestas y sondeos de opinión, campañas publicitarias, cambios de imagen, elaboración de discursos, organización de eventos; con el propósito de brindar mayor previsibilidad a la política.

Tal previsibilidad es ajena a la política, más aún si ésta es democrática, lo que implicaría participación popular, debate, disensos y consensos permanentes. En efecto, Martín Plot (2003: 19) lo explica utilizando la noción de kitsch político cuando dice:

“La política democrática, al igual que el arte, siempre tuvo que aceptar, de modo más o menos explícito, la permanente presencia de una incertidumbre que es irreductible. Lo que ocurre con la política contemporánea es que la visibilidad constante que acecha a las acciones públicas –que surge de la omnipresencia actual de la televisión y otros medios de comunicación- junto con la generalización, tanto en la Argentina y los Estados Unidos como en muchas otras naciones del mundo, de la aceptación de las reglas de juego democráticas como el único modo legítimo de resolver conflictos, ha cambiado radicalmente las condiciones de la política. Esto ha hecho que los actores políticos se hayan abocado desesperadamente a tratar de encontrar nuevos modos de evitar ‘sorpresas’, autolimitando sus acciones (…)”.

Es evidente que con el predominio de la televisión como medio de acceso a la mayor cantidad de potenciales electores, aumenta considerablemente el costo de las campañas que sirven más para confundir sobre los proyectos prioritarios antes que a transparentar sobre quienes los encarnan.

Fuente: DUARTE, Miguel Angel (2008): "Claves para el fortalecimiento de los partidos políticos".  En FERNANDEZ SUAREZ, Edgar G. -comp- (2008): Reforma Politica, comunicacion y participacion ciudadana. Reflexiones para el debate. Córdoba, Ediciones Esmeralda. ISBN: 978-987-24230-0-1.

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