Tiempo de imperio de la ley y la soberanía popular.
A pesar de los avances, la mayor dificultad que enfrenta el país
es que la democracia se vuelva un “mero procedimiento”, incapaz de
resolver problemas de fondo e injusticias de carácter ético.
Por Miguel Duarte*
Nuestra democracia cumple tres décadas. Es la primera vez en la
historia institucional argentina que se viven tantos años continuos,
sostenidos sobre dos pilares fundamentales del sistema
jurídico-político: el imperio de la ley y la soberanía popular.
La fecha conduce a reflexiones y balances y, como bien sabemos,
resulta difícil la objetividad; por caso, tenemos los múltiples festejos
de las listas legislativas, con los resultados del 27 de octubre, a
pesar de que ninguna fuerza política supera 27 % de adhesión.
Sin embargo, los primeros celebran como ganadores anunciando nuevos ciclos. Vayan entonces algunas notas para tener presentes.
Como fortalezas de estas tres décadas deben citarse: se ha juzgado y
se juzga a los responsables de la violación sistemática de los derechos
humanos en Argentina; el “fantasma” de los golpes de Estado
cívico-militares desapareció; la estabilidad institucional es una
realidad e incluso la crisis más expuesta -la de 2001/2002- tuvo una
salida institucional democrática y, para muchos sectores sociales, la
democracia participativa sigue siendo un sueño por cumplir.
Aun con contradicciones y enfrentamientos, hay tolerancia en el plano
de las ideas y el pluralismo en la representación política y social.
Entre las oportunidades que propicia esta celebración figura imaginar
una democracia duradera que permita planificar colectivamente el
futuro.
También se puede rescatar la importancia de los partidos, ya que
permite trabajar por constituirlos en herramientas modernas, con
capacidad de representación política y social; y democratizarlos.
Además, con la democracia podemos proyectar sociedades más inclusivas e integradas.
Poderes invisibles
Pero hay debilidades: los poderes invisibles representan una mancha de
aceite que ha ido cooptando instituciones y sectores dirigentes; las
mafias, el narcotráfico y los corporativismos debilitan la democracia,
pretendidamente madura. Además, las instituciones no tienen suficiente
poder para combatir delitos como la trata de personas y la corrupción.
Paralelamente, el alejamiento de las mayorías ciudadanas de la
política y los partidos genera la tendencia oligárquica actual en las
fuerzas.
Así, se enseñorean el nepotismo, el amiguismo y el manejo de minorías
que capturan los partidos y con ello logran el monopolio de
presentación de candidatos a cargos electivos.
La mayor amenaza que enfrenta la Argentina es que la democracia se
vuelva un mero procedimiento, incapaz de resolver problemas de fondo
como la pobreza, el desempleo y todas las injusticias de carácter ético
que se viven en sociedades desiguales.
Otro peligro es que en las listas de representantes públicos penetren
cada vez más “enviados de negocios” y que como sociedad no estemos
preparados para desarticularlos por vía del voto y la movilización,
perdiendo de esa manera los sueños y las utopías.
Finalmente, reflexionando sobre los 30 años de democracia y
festejando la vida en libertad, cabe citar al primer presidente
constitucional surgido de las urnas luego de la dictadura, Raúl
Alfonsín, quien decía que “si alguien distraído al costado de camino,
cuando nos ve marchar, nos pregunta cómo juntos, por qué luchan, tenemos
que contestarle con las palabras del preámbulo: que marchamos y
luchamos ‘para constituir la unión nacional, afianzar la Justicia,
consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el
bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad para
nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que
deseen habitar el suelo argentino”.
* Exclusivo para
Comercio y Justicia
** Politólogo. Consultor en Oratoria y Comunicación. Profesor de
Derecho Político en la Facultad de Derecho (UNC). Tesorero
de la Asociación Argentina de Derecho Político.
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